05 agosto 2011

Ser humano en la música

Hace unas horas Dino Saluzzi tocó la última respiración de su bandoneón, y así terminó una noche intensa, íntima, sincera, donde dejó la sensación de que eso mismo es la música. ¡Así es la música!

He escuchado sus discos miles de veces. Pero, a pesar de conocer bien su repertorio, resulta sorprendente en cada experiencia en vivo. Su abordaje es lo más argentino, espontaneo y actual que tengo escuchado en esta vida.

Hoy, como sucede cada vez que toca para un público reducido, mostró todo lo que él es... un aleph inspirado. Tocó todos los géneros, de todas las formas posibles, habló en serio, habló en broma, bailó, se inmutó, desplegó su alma frente a los pocos afortunados que estábamos en el lugar.

Confieso que tuve que contener mis lágrimas en algunos pasajes. Y fue difícil, porque es una dura misión evitar el llanto que produce la belleza. Y también me descubrí sonriendo, tomándome la cabeza como quien no puede entender que sea cierto lo que pasa. Esta noche fue como haber sufrido una transfusión de toda la sangre. Imagino que se me deben haber duplicado los glóbulos rojos. Se habrán sanado las heridas, se habrán abierto otras nuevas.

Y no fue sólo Saluzzi el culpable de todo. A su lado había hombres enormes, sutiles e inspirados: "Colacho" Brizuela en guitarra, Félix "Cuchara" Saluzzi en saxo y Matías Saluzzi en bajo. Todos asumieron el desafío de tratar al sonido con la misma sabiduría con que respetaron al silencio. Comprendieron todos los guiños, aportaron instantes sublimes.

El sentido del humor, cruzado por las reflexiones sobre la vida y la cultura, mantuvieron la emoción atenta y permeable en todos. En un momento, Saluzzi avanzaba sobre uno de los tantos monólogos sencillos y extraordinarios que
improvisó durante toda la noche. Entonces, Félix soltó el saxo para beber un trago de vino y, con un gesto afectuoso interrumpió exclamando hacia el público "Salud!... Por la inocencia de la música"... y Saluzzi, que había sido interrumpido, dijo bajito "Eeeso me gusta!". Y, abandonado ya su discurso, arrancó con el bandoneón.

Impresiona contemplar cómo la música lo atraviesa, desde el pelo más alto de su cabeza, hasta la punta del pie más estirado. Se le infla el cuerpo, se le encoje el cuello, se ríe, llora... ¿Qué ha sucedido en la vida de este señor para que sea hoy capaz de transmitir toda su humanidad de esta forma? ¿Qué sucesión de hechos ha transitado para verse y sentirse tan sano, tan bueno, tan sabio?

No puedo creer, ahora, en otra cosa más que en la música.




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